¿Ninguno te condenó?... Yo tampoco te condeno…
(Jn 8,1-11)
La mujer adúltera, Nicholas Papas, icono contemporáneo |
En este quinto domingo de Cuaresma la liturgia nos presenta
como lectura evangélica a una joya literaria.
Este relato no solamente carga sobre si una fascinante
historia relacionada con el misterio de su composición e inserción en el Nuevo
Testamento (se puede decir que es una perla flotante en los evangelios, pues se
la encuentra en diversos lugares de Lucas y de Juan) sino que nos transmite una
enseñanza de Jesús cargada de compasión.
La mujer sorprendida en adulterio, que es, aparentemente,
culpable del delito por el que se le acusa, es convertida en una pieza del
engranaje conspirador contra Jesús. Se le ha hecho un juicio por lo demás
injusto, carente de todos los elementos que se deben tener en cuenta, con el
único propósito de que sirva para poner a prueba y condenar al que está
cuestionando sus enseñanzas y doctrina, a la par que su forma de vida.
Frente a Jesús todos terminan reconociéndose culpables y
pecadores; los acusadores son sometidos a un juicio pero en modo contrario al
que ellos habían realizado. Mientras que los acusadores tapan sus delitos para
poder condenar a otros, Jesús los desenmascara conminándoles, con una sola
frase, a mirar su propio interior. De esta manera, con Cristo todos terminan
reconociéndose necesitados de misericordia, tanto lo que en verdad son
descubiertos en sus faltas como aquellos que llevan una vida aparentemente
correcta pero que en su interior saben que son algo diverso a lo que otros ven,
puesto que esconden una serie de acciones que los hace llevar una doble vida.
San Agustín de Hipona, cuando comenta la parte final de este
pasaje (cf. In Ioannis Evangelium, tractatus XXXIII), dice que “'relicti
sunt duo miseria et misericordia'” (los dos fueron
abandonados, la miseria y la misericordia), ya que según el texto Jesús y la
mujer quedaron solos; Cristo no solo no condenó a una mujer culpable sino que
le dio la oportunidad de una nueva vida, tal como lo había hecho ya con los
acusadores que avergonzados debieron comenzar a recapacitar en sus propias
acciones. Sin embargo, también podríamos interpretar la frase de San Agustín
diciendo que toda la humanidad está representada tanto en la mujer como en los
ancianos, por lo que ella debe, en realidad, ponerse al lado del que es la
fuente de la Misericordia… nuestro Salvador.
¡Cristo no nos ha condenado… Pero de ahora en adelante ya no
volvamos a pecar!
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