domingo, 13 de marzo de 2016

¿NINGUNO TE CONDENÓ?... YO TAMPOCO TE CONDENO...


¿Ninguno te condenó?... Yo tampoco te condeno…
(Jn 8,1-11)
La mujer adúltera, Nicholas Papas, icono contemporáneo

En este quinto domingo de Cuaresma la liturgia nos presenta como lectura evangélica a una joya literaria.
Este relato no solamente carga sobre si una fascinante historia relacionada con el misterio de su composición e inserción en el Nuevo Testamento (se puede decir que es una perla flotante en los evangelios, pues se la encuentra en diversos lugares de Lucas y de Juan) sino que nos transmite una enseñanza de Jesús cargada de compasión.
La mujer sorprendida en adulterio, que es, aparentemente, culpable del delito por el que se le acusa, es convertida en una pieza del engranaje conspirador contra Jesús. Se le ha hecho un juicio por lo demás injusto, carente de todos los elementos que se deben tener en cuenta, con el único propósito de que sirva para poner a prueba y condenar al que está cuestionando sus enseñanzas y doctrina, a la par que su forma de vida.
Frente a Jesús todos terminan reconociéndose culpables y pecadores; los acusadores son sometidos a un juicio pero en modo contrario al que ellos habían realizado. Mientras que los acusadores tapan sus delitos para poder condenar a otros, Jesús los desenmascara conminándoles, con una sola frase, a mirar su propio interior. De esta manera, con Cristo todos terminan reconociéndose necesitados de misericordia, tanto lo que en verdad son descubiertos en sus faltas como aquellos que llevan una vida aparentemente correcta pero que en su interior saben que son algo diverso a lo que otros ven, puesto que esconden una serie de acciones que los hace llevar una doble vida.
San Agustín de Hipona, cuando comenta la parte final de este pasaje (cf. In Ioannis Evangelium, tractatus XXXIII), dice que “'relicti sunt duo miseria et misericordia'” (los dos fueron abandonados, la miseria y la misericordia), ya que según el texto Jesús y la mujer quedaron solos; Cristo no solo no condenó a una mujer culpable sino que le dio la oportunidad de una nueva vida, tal como lo había hecho ya con los acusadores que avergonzados debieron comenzar a recapacitar en sus propias acciones. Sin embargo, también podríamos interpretar la frase de San Agustín diciendo que toda la humanidad está representada tanto en la mujer como en los ancianos, por lo que ella debe, en realidad, ponerse al lado del que es la fuente de la Misericordia… nuestro Salvador.
¡Cristo no nos ha condenado… Pero de ahora en adelante ya no volvamos a pecar!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario